Restaurar República Dominicana: país del valor; reivindicar su cuidado, defensa y orgullo



 Por Marina Aybar Gómez

Cada 16 de agosto, Día de la Restauración de la República Dominicana, conmina  a estudiar, practicar y retomar el juramento trinitario como instrumento de conexión permanente para rescatar y elevar ese anhelo que  fortalece un derecho humano fundamental: pertenecer a una patria.

Y es oportuno por su contenido elevado en valores  y por su  contenido fortalecedor de la misión a desempeñar en este espacio geográfico del mundo, colocado en el mismo trayecto del sol, sin apartarse del honor, del cumplimiento de la   palabra empeñada ni del cultivo de los actos conscientes.

El Movimiento Restaurador recuerda a cada ente vinculado con las políticas públicas el valor del honor, cumplir su palabra, no engañar al conglomerado que ha transferido su poder de representatividad en políticos que han de administrar con pulcritud los bienes públicos.

Recuerda a cada ciudadano el valor de la conciencia que han de tener los ciudadanos para el cumplimiento de sus deberes y exigir  el respeto de sus derechos.  Eso incluye el no permitir alianzas  entre políticos y empresarios que corrompen la función pública, donde empresarios sustituyen los políticos y viceversa.

La Restauración hizo realidad el concepto patria, por los sacrificios a flor de piel que benefició a todos con un enorme regalo:  Un país.   

Ciento 58 años después, sigue la enajenación del país, siguen los protectorados, sigue una república dependiente, donde cada extranjero tiene más importancia  que un nacional;  y se pone el proceso educativo en manos extrañas, donde cada niño nisiquiera sabe los nombres de los colores de la bandera nacional, ni el de los gloriosos patriotas creadores y defensores de la República a quienes no le rinden el tributo correspondiente, tampoco  saben su significado simbólico.  Ni siquiera  saben de valores patrióticos ni de compromisos con el país.  No interiorizan que las promesas han de cumplirse,  y que faltar a ellas genera castigo por las consecuencias que provoca esa falta.

Conmemorar la Restauración de la República Dominicana es  reivindicar el  bien y otros valores positivos, no importa desde qué camino se asuma,  es ayudar a los demás, al entorno, a la familia, a la nación; es reivindicar a los héroes de múltiples batallas que han construido el país  con su accionar rutinario.

Justo es conocer, respetar, reivindicar a cada restaurador,  que como núcleo fundamental asumió posturas fuertes en ese momento de la libertad del país sin protectorado,   en un momento histórico donde la naciente república tenía amenazas por todos los lados.  Estos restauradores continuaron con la causa, por eso existe hoy la República Dominicana.

Hoy, hay que hacer un alto para analizar errores repetidos en su devenir histórico que debilitan la nación dominicana

La historia del movimiento independentista y de la Guerra Restauradora nos recuerda que hay un punto que debe ser común a todos los grupos, a todas las clases nacionales, a los partidos políticos y a los empresarios, no importa la época: la preservación del  país.

Esta epopeya nos recuerda los estragos catastróficos que causan a la salud de la patria la traición, la división, el deseo desmedido de coger lo ajeno, lo que a todos corresponde, los acuerdos geopolíticos   o económicos, o el entrar a la moda que daña como lo es reducir el nombre del país en los planes oficiales de mercadeo,     entre otras acciones cuya rutina cada día la invisibilizan,  reducen y la vuelcan hacia su aniquilación.

Vender la patria por cheles es una acción violenta que traen tenebrosas situaciones como la migración forzada de dominicanos hasta reducirlos a  exiliados económicos, mujeres o jóvenes que  llevan sus sueños de avance a otras tierras para la manutención de sus familiares y en el trayecto garras delincuenciales los  prostituyen en el extranjero hasta arrancarle la última gota de sangre que sus verdugos convierten en dinero. 

Y jamás conocerán la migración como placer, para avanzar, estudiar, como intercambio,  o como pago justo por servicios prestados, porque en su sobrevivencia  solo interpreta su aporte como portador de mano de obra barata, sin ni siquiera darse cuenta que es parte de  una nueva forma de esclavitud; en los hechos, es ficción creer que pertenece a  otra tierra.

 Más que soñar, pensar en la patria es defender este espacio merecido  para  convertirnos en mejores seres humanos.

Pertenecer a una patria  como la República Dominicana implica concientizarse  sobre el valor y  el beneficio de las políticas públicas, para el cumplimiento de los derechos fundamentales de las personas.  También requiere retomar el arraigo al terruño que le vio nacer como espacio especial portador de una cultura única de irrepetible valor universal  a partir del cual intercambiar  con otros escenarios geográficos.

Es immpostergable reivindicar la República Dominicanas  como nación grande, valerosa merecedora del cuido y defensa constante, por la permanencia y fortaleza del orgullo nacional y sus  habitantes, portadores de respeto y consideración en cualquier lugar adonde llegan.

No se equivocó el poeta nacional Pedro Mir  cuando expuso a viva voz para que no se olvide jamás:

Si alguien quiere saber cuál es mi patria no la busque, no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa/y su efigie de patas imperfectas.

...                                                                                                                         

No, no la busque./Tendría que pelear por ella...

 

 

No pregunte si hay minas infinitas,/todas inagotables,/y luchas por salvarlas del saqueo,/todas con cadáveres...

No, no pregunte nadie por la patria de nadie./Tendría que mudar de pensamiento
y llorar solamente por la sangre...

 

 


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